Ella es Anne-Marie Roche, él, Michel Nolet. Una mujer y un hombre. Jóvenes, cultos, “conservan esa elegancia que nunca se muestra inoportuna” acota la autora. Un matrimonio en otro tiempo. Ahora casi dos náufragos.
Están en el lobby de un hotel. Es Francia. La acción transcurre allí. Están solos. Están de paso, como se suele estar en los hoteles. Nada es estable. Nada es ya sólido entre ellos.
Vivieron en ese mismo lugar un tiempo, mientras terminaban de construir su casa. Él es arquitecto. Fue antes, cuando eran felices, cuando el futuro era estar juntos. Cuando el tiempo tenía una de las formas del amor.
Sin embargo, no supieron qué hacer.
Pasados los años, ahora han vuelto al hotel, pero para terminar con los trámites de su divorcio. Todo es distinto. El mismo lugar transitorio, pero esta vez para construir un final u otra cosa.
No saben cómo ni dónde poner los cuerpos. De alguna manera son torpes ante esta situación. Se miden con la cautela con la que lo hacen los animales antes de un ataque o de un acercamiento.
Saben que ya no podrán ser nunca extraños. No hay retorno posible a esa pasión que conocieron.
Cada paso, cada mirada está calculada. Los tiempos se ralentan mientras ellos intentan buscar las palabras para decir.
Los silencios instalan un sonido que aturde, que molesta. Música rota.
Quizá sean éstos los últimos gestos.
Ya no son los mismos. Quieren algo. No saben muy bien qué. Todas las tensiones son verticales y rectas. Ninguna curva, ninguna diagonal.
Ella y él son como piezas en un tablero de ajedrez. Lo saben. Por eso cada movimiento, cada jugada está signada, marcada por ese tiempo que les implica estudiarla, antes de llevarla a la acción.
“ELLA: - (Esforzándose por recordar) ¿Cuánto tiempo nos quedamos en este hotel antes de mudarnos a la casa? Ya no sé cuánto tiempo duraron las obras… ¿Tres meses? ¿Seis meses?
EL: - (Buscando en su memoria) Más bien tres, me parece…
(Fue en este hotel que transcurrió el período más extraordinario de la historia de ambos. Ninguno de los dos dice nada.)
ELLA: - Sin embargo es muy raro que nos cueste tanto acordarnos, ¿no le parece?
EL: - Ciertos momentos…parecen más iluminados que otros…pero creo que lo que esconden detrás también forma parte de la memoria…nunca se sabe.
ELLA: - (muy directa, pero como si hablara de la memoria en general y no de la de ellos mismos) Y hay momentos que están a plena luz.
EL: - (en el mismo estilo) ¿El infierno por ejemplo?
ELLA: - Por ejemplo.
EL: - ¿Las salidas del túnel?...Ciertas…reconciliaciones… ¿no es así?
ELLA: - Sí.
(Indudablemente ella intenta superar la turbación hablando)
ELLA: - Mire, si cada historia tiene su propia ley…y yo creo que sí…
si cada…pareja tiene en el fondo su propio estilo…y eso es algo que yo creo…no deberíamos habernos ido a esa casa…instalarnos…así, sino más bien…quedarnos aquí, en este hotel.
EL: - (Continúa) ¿Y vivir así, en un hotel…de hotel en hotel…. como personas que se esconden?...como…
ELLA: - Tal vez…
(Silencio. Explosión sorda. “Como amantes” es lo que él hubiera querido decir)
ELLA: - ¿No le parece?
EL: - Me parece que sí…pero no teníamos ningún motivo para no hacer como todo el mundo. Éramos jóvenes, casados con el consentimiento de todos…Todo el mundo contento, su familia, la mía, todo el mundo, sí…
Teníamos todo lo que hacía falta (ríe), casa, muebles…su abrigo de piel…
ELLA: - Hicimos como todo el mundo, es verdad.
EL: - Pero…éramos como todo el mundo, aparentemente no había motivos para no hacer…lo que…se suele hacer.
ELLA: - Desde ese punto de vista, también nosotros terminamos en el mismo…punto del camino…
EL: - ¿Me lo está preguntando?
ELLA: - Tal vez.”
Ahí radica el argumento, la anécdota de esta obra, “La música”.
En manos de otro esta idea podría transformarse en una lacrimosa y edulcorada historia de Hollywood o en un culebrón lleno de reproches y gestos subrayados, pero de la mano de Marguerite Duras la historia toma otro rumbo. No por lo que cuenta, si no por cómo esta autora lo hace.
Uno va descubriendo, informándose de las cosas a medida que la acción transcurre. Quiénes son, donde están, qué sucedió entre ellos.
Se podría dar indicios desde un comienzo para que el espectador no tenga estas dudas, pero trabajando con la directora, elegimos manejar cierta ambigüedad.
No descubrirlos, ni descubrir que sucede apenas comience la obra.
Dejar abiertas las preguntas al espectador para que cada uno pueda ir develándoselas.
La génesis de este texto surge por encargo de la televisión inglesa para una serie de tele filmes llamada “Love Stories”, luego se trasformará en una pieza teatral, y finalmente en 1966, Duras realizará la primer adaptación para el cine.
Convocado como escenógrafo por la directora teatral Dora Milea me enfrento a tener que encontrar un lugar, un espacio físico teatral para que esta historia suceda hoy, aquí, en un teatro de Buenos Aires.
Sabemos que más que una historia de amor, es una historia sobre el amor y sobre esas formas circulares que adoptan las relaciones de pareja.
Un hotel francés en un escenario porteño, de cuatro metros por nueve.
Las primeras ideas me llevan a pensar en algo que visualmente tenga una solidez aparente. La historia de los protagonistas en el momento en que se los encuentra también tiene algo de esto. Apariencias de algo cuando lo único contundente son ruinas.
Boceto sobre el papel en blanco unas columnas rectangulares y una distribución de los elementos, donde prime un orden ficticio. No hay nada relajado en la composición. No hay movimiento. Horizontales y verticales. Vértices y aristas rectas.
La sala donde se va a montar el espectáculo tiene, como todas, características y barreras concretas. No puedo pelearme con ellas. El ancho de la boca de escena, desmesurado respecto a la profundidad con la que se cuenta es determinante.
Vuelvo al papel. Sigo bocetando.
Aparece la idea de algo fragmentado. Pienso entonces en un recorte del hall de ese hotel. Mostrarlo todo sería imposible e innecesario. En el teatro no puede mostrarse todo. Sería traicionar la posibilidad de darle al público terminar de construir su propio espacio.
La directora sugiere imágenes, pide que los personajes sobre el final de su puesta se vean a través de una transparencia.
Creo que es una buena opción para ese final. Se van a observar quizá por última vez a través de algo que se interpone entre ellos, los protagonistas y lo mismo sucederá para el público. La imagen de sus cuerpos quedará tamizada por un velo.
“EL: - No entiendo lo que pasa. (Un tiempo) El final y el principio mezclados…cómo hacer para que vos y yo…esta leyenda… (Sonrisa) salga de la oscuridad…
ELLA: - Hay una solución…no hacer nada…nada. Inventar eso.
EL: - En la sombra, en secreto, dejar que el amor crezca.
ELLA: - Sí.
EL: - ¿Cómo esa gente separada por la fuerza de las cosas?
ELLA: - Sí. Mirame. De ahora en más soy la única que te está prohibida.
EL: - (Un tiempo) Mi mujer. (Un tiempo largo) ¿Nos volveremos a ver?
ELLA: - No sé.
EL: - ¿Y si llega a ocurrir?
ELLA: - No sé.
EL: - Y si algún día vos y yo de nuevo…
ELLA: - Ese día sin duda moriremos, como hacen los amantes.
EL: - ¿Qué pasa?
ELLA: - ¿Cuándo?
EL: - Ahora. ¿Es el principio o el final?
ELLA: - Quien sabe…
EL: - (un tiempo) Mejor vas a esperarlo afuera.
ELLA: - (Con una docilidad que evoca otras circunstancias) Sí.
(El la toma del brazo y la conduce a la puerta del hotel. Ella sale. Él permanece de pie, inmóvil, ante la puerta. Se diría que duerme parado.)”
Imagino una planta real de ese hotel y luego hago zoom. Tomo sólo un sector. El que creo necesario y el que el espacio real de la sala me permite.
Dentro de ese recorte que voy a instalar, busco una síntesis que no ignore la caja negra del espacio teatral real con el que contamos.
Vuelve la idea de que este texto fue escrito para la televisión y entonces aparecen imágenes de las telenovelas que vi. La idea de decorado.
Empiezo a jugar con el “como si”. Quiero ahora que en algún lugar todo se vea falso. Artificial. Que sea “de novela”. Un orden televisivo pero que funcione teatralmente.
Busco en la memoria a aquellas telenovelas que vi. Me planteo un homenaje a Migré. Alberto Migré, un admirado creador de las mejores que tuvimos en este país. Un autor que marcó ese género a veces bastardeado.
Pienso que él y Marguerite Duras bien podrían estar sentados a una mesa y se entenderían.
Migré podría ser el autor de “La música”. Duras podría escribir “Piel naranja” (1) o “Sin marido” (2).
Casualmente, Patricia Palmer, fue la protagonista de esta última y hoy es nuestra Anne-Marie Roche.
La caja del escenario es apaisada, oscura. Lo que sucede está cargado de densidad. Busco colores para quebrar. Opuestos visuales. Verdes diáfanos. Blancos.
Un espacio de ficticia temperatura cromática para esta historia que va del drama a la comedia, como toda historia de amor.
En el original todo sucede por los años 50, prescindo de eso. Algunos elementos o signos marcan la atemporalidad. Los sillones, las mesas.
Instalo dos alfombras para delimitar de alguna manera algo así como dos islas. La de ella y la de él. La directora potencia esta idea en las marcaciones que les da a sus actores. Pasar de una a lo otra implica tomar una decisión con el cuerpo para los personajes. Cuerpos que naufragan en cada intento. Cuerpos marcados y en cierto modo desequilibrados.
Con esta idea corro todo el eje central del escenario. Rompo la simetría de la visual del espectador.
La obra pide también una salida a un segundo lugar que indica la ubicación de la conserjería, la confitería y las habitaciones.
Sumo una zona “muerta” en uno de los laterales del escenario. Una parcela oscura que se ve a través de un ventanal. Casi un tercer espacio. Uno de transición.
Las indicaciones desde la dirección y el diseño de luces de Leandra Rodríguez suman a esta idea.
Aparecen algunos pocos detalles. Molduras. Zócalos, marqueterías que aportan a la idea de trabajar horizontales y verticales.
Marguerite Duras alguna vez escribió que decir lo imprescindible se vuelve excesivo y decir lo excesivo resulta inconsecuente.
Tomando estas palabras el espectáculo intenta buscar aquello que funcione como único y necesario.
Mi trabajo en la definición de ese espacio que lo contiene también.
“La música” de Marguerite Duras
con Patricia Palmer y Osmar Núñez
Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo
Iluminación: Leandra Rodriguez
Música original: Nicolas Diab
Asistencia de direccón: Marcelo Martinez
Produccion general: Carlos Gallegos
Direccion general: Dora Milea.
Viernes, sábados y domingos.
Teatro Del Nudo. Av. Corrientes 1551.
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